martes, 22 de noviembre de 2011

En la mayoría de países latinoamericanos, sobre todo, aquellos ubicados en la parte tropical de la geografía continental, poseedores de altas temperaturas y con problemas de contaminación ambiental en constante expansión, es poca o mínima la concienciación en relación a la importancia de las áreas verdes como elemento natural prioritario para mitigar, tanto la acción del calor, como proporcionar la regulación biológica del ciclo hidrológico que influye en el clima local y regional.
En la actualidad se encuentran destruidas  gran parte de las áreas verdes de la ciudad  de Maracaibo, incluyendo extensas áreas foráneas que conforman la zona protectora urbana. La construcción  de edificaciones  en todos los estratos sociales  toma relevancia significativa en la capital zuliana  sin argumentos sustentables y sostenibles desde el punto de vista ambiental y de la calidad de vida de los habitantes, es decir, se construye de forma desproporcionada sin organización, orientación y seguimiento a planes urbanísticos que conjuguen amplios sectores arborizados  y complejos habitacionales idóneos.
Investigaciones científicas evidenciadas en el Informe Mundial del Ambiente 2006, sostienen que toda  ciudad con más de 2 millones de habitantes como Maracaibo, debe contar con diez árboles por ciudadano, normativa establecida en Curitiba en Brasil y Cartagena en Colombia para disminuir las altas temperaturas que afectan al mundo entero y así brindar bienestar a los pobladores.
Cabe destacar que la Ciudad de Maracaibo, progresivamente ha sido invadida de edificios y construcciones que poco a poco han robado espacios a la naturaleza, en particular al pulmón ambiental, las plantas o árboles necesarios para la producción del oxigeno que tanto falta hace en una región tan calurosa y contaminada por el diario actuar de una gran cantidad de empresas que arrojan sus desechos tóxicos, y no emplean políticas para la conservación del medio ambiente siendo esta  la vida misma.
Esta situación obedece a que la ausencia de árboles en los espacios urbanos acarrea diversos tipos de deterioro climático, repercutiendo en la población marabina, al afectar directamente la calidad de vida de los individuos, el potencial productivo y generando además, la  pérdida de los espacios de esparcimiento natural, de allí que la falta de áreas verdes, limita la satisfacción por desconocer que existe determinado recurso ambiental para el sano disfrute de una mayor diversidad biológica y la certidumbre de contar con ecosistemas que para muchas poblaciones tienen valor intrínseco, afirmó la periodista María Lucía Rodríguez, actual docente de la cátedra Comunicación y Ambiente, en la   URBE.
Granados y Mendoza (1992), el llamado “bosque urbano” es importante para los habitantes  de la ciudad, en muchos casos los árboles les proveen de sombra, belleza escénica y otros beneficios, los cuales pueden ser agrupados en cuatro categorías: mejoramiento del clima, usos en ingeniería, arquitectura y usos estéticos.
Por otro lado, las instituciones tampoco dan explicación,  para  el resguardo de los espacios verdes de la ciudad, que de una u otra manera, son motivo de conservación, para mantener un ambiente fresco y sin tanta contaminación atmosférica, de la cual se vive constantemente en la entidad, agudizando esta problemática la industria del inmueble, cuyo fenómeno está limitando las zonas donde mayormente existen plazas o vida natural.
Esta situación se debe en parte al desconocimiento de la importancia que tienen las especies arbóreas en la ciudad y no desde el punto de vista urbanístico, sabiendo la necesidad de  vivienda que  es algo esencial para la seguridad del ser humano. También se hace necesario reconsiderar la importancia de construir áreas verdes que permitan la oxigenación y la distracción del individuo, como necesidades básicas de la vida humana.
 Según la Doctora en Ciencias Naturales, Jennifer Eckman, la naturaleza hace rejuvenecer a los individuos. A fin de cuentas, nuestra especie no surgió en un mundo de hormigón, sino más bien en bosques y praderas, donde, los oídos no fueron diseñados para sufrir el estridente aullido de las sirenas, sino para escuchar el furtivo crujir de las zarpas de un depredador y el silbido del viento que avisa lo maravilloso que es la naturaleza viva que nos rodea.

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